jueves, 31 de marzo de 2016
miércoles, 30 de marzo de 2016
Pascua
PASCUA UNA MANERA NUEVA DE SER, DE
ESTAR Y DE VIVIR
Paulo
Coelho cuenta una historia que él mismo toma del Internet. El Washington Post
quiso hacer una experiencia. Y se aprovechó del gran violinista Joshua Bell.
Este se puso a la entrada del metro de Washington, durante 45 minutos, tocando
con su violín piezas clásicas como las de J. S. Bach. Y el violín era nada
menos que un Stradivarius cuyo precio oscila por los tres millones quinientos
mil dólares.
Y
puso un sombrero en el suelo. La gente pasaba y nadie le prestaba atención.
Algún niño que se sentía sorprendido y peleaba con sus papás para que le
dejasen estar un ratito más. En total consiguió, durante 45 minutos, 32
dólares. ¡Y pensar que Bell acababa de dar un concierto en Boston donde las
entradas constaban la friolera como mínimo de unos 100 dólares. Pero como aquí
era un desconocido y no cobraba y no había carteles publicitándolo, pasó por un
desapercibido, un mendigo cualquiera.
¡Cuánta
verdad hay en esta historia! Valoramos las cosas, no en sí mismas, sino por
todo el adorno que les ponemos. Pagaríamos cien dólares por entrar a uno de sus
conciertos. Y no nos detenemos a escucharlo si se sienta a la entrada del metro
de Washington. El violinista es el mismo. El violín es el mismo. La música es
la misma. La presentación es diferente. El lugar es diferente. Y los que pasan
a su lado también pasan indiferentes.
¿No
es esto lo que nos sucede con las personas?
¿No
es esto lo que nos sucede cuando nos cruzamos con los demás?
Nos
fijamos más en el lugar donde vive que en la música de su vida.
Nos
fijamos más en los carteles de propaganda que en la persona misma.
Nos
fijamos más en el traje que llevan que en el individuo que va vestido.
Nos
fijamos más en las apariencias que en la verdad de la gente.
Si
Jesús hubiese contratado una Compañía de publicidad para que hiciese la campaña
de su resurrección, de seguro que todo el mundo iría a ver el espectáculo,
incluso si hubiese que pagar caro. Pero como resucitó sin que nadie se enterase
y resucitó siendo todavía muy de madrugada, debió de resucitar solo.
Los
mismos discípulos, a pesar de haber sido avisados, no se lo creyeron, y pasaron
toda la mañana de Pascua en corridas y dando vueltas a un sepulcro vacío.
Tampoco a ellos les fue fácil reconocerle vivo cuando todos lo habían visto
muerto y lo habían enterrado. La resurrección fue un acontecimiento anónimo,
hasta que El se presenta en medio y les muestra las señales de su identidad.
Yo
me preguntaría ¿y en qué consiste también para nosotros la Resurrección de
Jesús? Yo diría que en la capacidad de ver más allá del sepulcro vacío.
Diría
que para nosotros el mejor signo o señal de que creemos en la Resurrección de Jesús
está en saber mirar al otro lado de la realidad…
En
reconocer al famoso violinista Bell, aunque esté sentado como un mendigo a la
entrada del metro.
Es
reconocer que detrás de ese hombre o esa mujer mal vestidos se esconde un hijo
de Dios.
Es
reconocer que detrás de cada hombre y mujer se encarna nada menos que el mismo
Jesús.
Es
reconocer que detrás de cada persona desconocida que se nos cruza en la calle,
existe un hermano o hermana nuestros.
Es
reconocer que detrás de cada hombre y mujer hay un prójimo al que tengo que
acercarme. O como decía Benedicto XVI: “mi prójimo es cualquiera que tenga
necesidad de mí y que yo pueda ayudar”.
Una
manera nueva de ser, de vivir, de estar en la vida.
Una
manera nueva de ver y de mirar.
Una
manera nueva capaz de transformar lo que vemos.
Una
manera nueva de pasar los unos al lado de los otros.
Una
manera nueva de detenernos ante los demás y no pasarnos de largo.
Es
una manera nueva de escuchar y valorar la música que emite cada vida.
Si
nos dijesen que mañana llega Jesús en avión privado y nos va a ofrecer un
concierto de violín por Pascua, todos saldríamos a recibirlo y compraríamos a
tiempo nuestras entradas. Pero, como cada día toca su música pascual con el
violín de nuestras vidas, ni nos enteramos. Como cada día toca su Stradivarius
en la vida de cada hombre, no sabemos reconocerle. Y la Pascua es precisamente eso:
ver al otro lado de las cosas, al otro lado del sepulcro, al otro lado de la
muerte. Ver que el muerto vive. Ver que los hombres y mujeres son hijos de Dios
y hermanos míos.
Juan Jauregui
domingo, 27 de marzo de 2016
Testigos de su RESURRECCIÓN
Ser
testigo de la resurrección es algo muy hermoso, pero, dada la cultura de muerte
que impera entre nosotros, exige no pocos compromisos. Por ejemplo, el testigo
de la Pascua
debe:
Luchar
contra todo lo que origina muerte y conduce a la muerte, contra los violentos e
injustos, contra los que siguen crucificando la vida y sembrando corrupción.
Defender la vida en plenitud.
Esta
defensa vale para la naturaleza toda. El hombre de Pascua debe ser mejor
ecologista.
Combatir
por lo mismo, las causas de la pobreza. Las estructuras opresivas e
insolidarias, el egoísmo que anida en el corazón del hombre y en el corazón del
mundo.
Defender
la libertad verdadera contra toda situación esclavizante. Esta situación puede
ser íntima e individual , puede ser familiar, social y aún eclesiástica. “Para
ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5,1). La Pascua es siempre fiesta de liberación.
Trabajar
por la paz. La paz es también un don de la Pascua que Cristo resucitado ofrecía a sus
discípulos. Una vez conseguida después de dura batalla. El que vive la Pascua debe irradiar la paz
y debe construir la paz, dondequiera se sienta herida o amenazada. Es ministro
de la reconciliación y apóstol de la no-violencia. Defiende y trabaja por la
paz de Jesucristo.
Ser
testigo de alegría y esperanza. Saber dar razón de nuestra fe ante todos
aquellos que no creen en la primavera y no quieren florecer. Decir que los
ideales son necesarios y que las utopías son posibles. No tienen razón los
mediocres, los conformistas, los rutinarios. Desde que resucitó nuestro Señor
Jesucristo, todas las metas son alcanzables.
Vivir
en la verdad. Nos hemos acostumbrado no sólo a decir mentiras, sino a vivir en
la mentira; es decir, a no sentir lo que decimos, a no expresar lo que
pensamos, a no cumplir lo que prometemos, a no ser lo que aparentamos, a no
vivir lo que creemos y profesamos. Tantas verdades a medias y tantos intereses
no confesados. Pero la Pascua
es luz, transparencia total. El hombre resucitado se esfuerza por desenmascarar
la hipocresía de la vida.
Vivir
en el amor. Es el secreto último de la Pascua y la fuerza que lleva a resurrección. Un
hombre resucitado es un hombre que perdona, que comprende, que sufre, que
comparte, que se entrega. En una sociedad egoísta e inmisericorde, él debe
poner misericordia. “El debe ser el corazón de un mundo sin corazón”.
JUAN JAUREGUI
Vive el Domingo de Resurrección, ciclo C
JUAN
20, 1-9
El primer día
de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena
al sepulcro y vio la losa quitada. Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y
también al otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dijo: - Se han llevado
al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. Salió entonces Pedro y
también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos,
pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó
primero al sepulcro. Asomándose vio
puestos los lienzos; sin embargo, no entró. Llegó también Simón Pedro
siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, y el sudario, que había cubierto su cabeza,
no puesto con los lienzos, sino aparte, envolviendo determinado lugar.
Entonces, al fin, entró también el otro discípulo, el que había llegado primero
al sepulcro, vio y creyó. Es que aún no habían entendido aquel pasaje donde se
dice que tenía que resucitar de la muerte.
¿DÓNDE
BUSCAR AL QUE VIVE?
La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de
manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida,
los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro,
sus interrogantes e incertidumbres.
María de Magdala es el mejor prototipo de lo que
acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado
en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca
«en el sepulcro». Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el
vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.
Los otros evangelistas recogen otra tradición que
describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro
que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No
encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde
han de orientar su búsqueda: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
No está aquí. Ha resucitado».
La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en
nosotros de forma espontánea, solo porque lo hemos escuchado desde niños a
catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús,
hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo
con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los
muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado,
lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión
muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas,
sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y
con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y
enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el
Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en
su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí
está él».
Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada
y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de
experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en
nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no
enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un
«Jesús muerto». No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que
vive y hace vivir.
José Antonio Pagola
La Pascua de la vida - Pascua de Resurrección (Vídeo)
Celebrar la pascua y creer en la
resurrección significa
acoger el
testimonio de los pobres,
la esperanza de los que luchan por la justicia,
el
canto de los que aman la vida,
la alegría de los que se entregan,
el gozo de
los que perdonan, l
a fe de los que no tienen miedo,
la ternura de los que
ofrecen misericordia,
la utopía de los que trabajan por una sociedad más
justa...
o sea, ponerse tras las huellas del resucitado,
reconocerlo en el que
está al lado y...
dejarse encontrar por Él.
En Pascua...
Yo andaba buscando entre los
sepulcros
y sólo encontré vacío.
Me decidí a buscarlo entre
los hombres
y me di cuenta que estaba
vivo.
Que Dios,
no es Dios de muertos
sino Dios de vivos.
Lo creía muerto,
pero Él estaba vivo.
Lo creía sin vida,
pero Él era la Vida.
Ahora cuando quiero ver a
Dios
no voy al cementerio.
Ahora salgo a la calle,
a contemplar
a los hombres que caminan.
Porque sé que la Pascua ,
es Dios, que vive en el
hombre.
Porque sé que la Pascua ,
es Dios, caminando con los
hombres.
Porque sé que la Pascua ,
es Dios, triunfando sobre la
muerte.
Porque sé que Dios está vivo
y vive entre nosotros.
Juan
Jauregui
Mensaje de PASCUA
Todo era negro y oscuro,
hoy todo es luz y claridad.
Todo parecía que había
terminado,
hoy sentimos que todo ha
comenzado de nuevo.
Todo parecía imposible,
hoy todo nos parece ya
posible.
Todo parecía haber terminado
en fracaso,
hoy nos damos cuenta de que
todo ha sido un triunfo.
Todo olía a muerte,
hoy todo huele a la vida.
Todo olía a sepulcro,
hoy todo comienza a oler a
jardín de flores.
Todos le buscaban en el
sepulcro,
hoy todos lo encuentran en
la comunidad.
Todos se sentían
avergonzados de su cobardía,
hoy todos vuelven a recobrar
la alegría del coraje de vivir.
Todos se habían escondido llenos
de miedo,
hoy todos vuelven a salir a
la calle con un mensaje en el alma.
Antes eran todavía hombres
viejos,
hoy todos se sienten los
hombres nuevos de la Pascua.
Antes eran los hombres de la
carne,
hoy todos comienzan a ser
los hombres del Espíritu.
Antes no entendían nada,
hoy su mente se ha llenado
de luz.
Antes todos se sentían
extraños,
Hoy todos se sienten
cercanos.
Antes todos se sentían como
ajenos,
Hoy todos se sienten
hermanos.
Porque esa es la Pascua.
Vida en vez de muerte.
Amistad en vez de enemistad.
Hermandad en vez de lejanía.
Triunfo en vez de fracaso.
Resurrección en vez de
sepulcro.
Ayer todo era viejo, y todo
olía a viejo.
Hoy todo es nuevo, y todo
huele a nuevo.
Por eso a todos vosotros
Que habéis visto sus manos y
sus pies
Y que lo habéis reconocido:
¡FELIZ PASCUA DE
RESURRECCIÓN!
sábado, 26 de marzo de 2016
viernes, 25 de marzo de 2016
jueves, 24 de marzo de 2016
martes, 22 de marzo de 2016
Día Mundial del Agua (22 de marzo)
El
Día Mundial del Agua se celebra anualmente el 22 de marzo. Su objetivo es poner
de relieve la importancia del agua dulce y la promoción de la gestión
sostenible de los recursos de agua dulce.
Para
2016, el tema del Día Mundial del Agua es "Agua y El Empleo".
lunes, 21 de marzo de 2016
domingo, 20 de marzo de 2016
Vivir el Domingo de Ramos, ciclo C
LUCAS 22, 14 - 23, 56
Cuando llegó la hora,
se recostó Jesús a la mesa y los apóstoles con él; y les dijo: - ¡Cuánto he
deseado cenar con vosotros esta Pascua antes de mi pasión! Porque os digo que
no la comeré más hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios. Aceptando
una copa pronunció una acción de gracias y dijo: - Tomad, repartidla entre vosotros;
porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta que
no llegue el reinado de Dios. Y cogiendo un pan pronunció una acción de
gracias, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: - Esto es mi cuerpo, [que se
entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía. Después de cenar hizo
igual con la copa diciendo: - Esta copa es la nueva alianza sellada con mi
sangre, que se derrama por vosotros]. Pero mirad, la mano del que me entrega
está a la mesa conmigo. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido,
pero ¡ay del hombre que lo entrega! Ellos empezaron a preguntarse unos a otros
quién podría ser el que iba a hacer aquello. Surgió además entre ellos una
disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado el más grande. Jesús les
dijo: - Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad
sobre ellas se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros, nada de eso: al
contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven, y el que dirige
al que sirve. Vamos a ver, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que
sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre nosotros como el que
sirve. Sois vosotros los que os habéis mantenido a mi lado en las tentaciones,
y yo os confiero la realeza como mi Padre me la confirió a mí. Cuando yo reine,
comeréis y beberéis a mi mesa y os sentaréis en tronos para juzgar a las doce
tribus de Israel. ¡Simón, Simón! Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros
como el trigo, pero yo he rogado por ti para que no llegue a faltarte la fe. Y
tú, cuando te conviertas, afianza a tus hermanos. Él le repuso: - Señor,
contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte. Replicó Jesús: - Te digo, Pedro, que no cantará el gallo antes que
hayas negado tres veces que me conoces. Y dijo a todos: - Cuando os envié sin
bolsa ni alforja ni sandalias, ¿acaso os faltó algo? Ellos contestaron: Nada.
Él añadió: - Pues ahora, el que tenga bolsa, que la coja, y lo mismo la
alforja; y el que no tenga, que venda el manto y se compre un machete. Porque
os digo que tiene que realizarse en mí lo que está escrito: "Lo tuvieron
por un hombre sin ley" (Is 53,12). De hecho, lo que a mí se refiere toca a
su fin. Ellos dijeron: - Señor, aquí hay dos machetes. Les replicó: - ¡Basta
ya! Salió entonces y se dirigió, como de costumbre, al Monte de los Olivos, y
lo siguieron también los discípulos. Llegado a aquel lugar les dijo: - Pedid no
ceder a la tentación. Entonces él se alejó de ellos a distancia como de un tiro
de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: - Padre, si quieres, aparta
de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo.
Levantándose de la oración fue adonde estaban los discípulos, los encontró
dormidos por la tristeza y les dijo: - ¡Conque durmiendo! Levantaos y pedid no
ceder a la tentación. Aún estaba hablando cuando apareció gente: el llamado
Judas, uno de los Doce, iba en cabeza y se acercó a Jesús para besarlo. Jesús
le dijo: - Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Dándose cuenta de lo que iba a pasar, los que
estaban en torno a él dijeron: - Señor, ¿atacamos con el machete? Y uno de
ellos atacó al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús
intervino diciendo: - Dejad que lleguen hasta eso. Y, tocándole la oreja, lo
curó. Entonces dijo Jesús a los sumos sacerdotes, a los oficiales del templo y
a los senadores que habían ido a prenderlo: - Habéis salido con machetes y palos,
como a caza de un bandido. Mientras a diario estaba en el templo con vosotros,
no me pusisteis las manos encima. Pero ésta es vuestra hora, la del poder de
las tinieblas. Lo prendieron, se lo llevaron y lo condujeron a la casa del sumo
sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron un fuego en medio del patio y
se sentaron juntos, y Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verlo sentado
a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: - También éste estaba con él. Pero él
lo negó diciendo: - No sé quién es, mujer. Poco después lo vio otro y le dijo: -
Tú también eres de ellos. Pedro replicó: - No, hombre; yo, no. Pasada cosa de
una hora, otro insistía: - Seguro, también éste estaba con él, porque es
también galileo. Pedro contestó: - Hombre, no sé de qué hablas. Y al instante,
mientras aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, fijó la
mirada en Pedro, y Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho:
"Antes que cante hoy el gallo, me negarás tres veces". Y, saliendo
fuera, lloró amargamente. Los hombres que tenían preso a Jesús le daban golpes
burlándose de él. Tapándole los ojos, le preguntaban: - Adivina, profeta,
¿quién te ha pegado? Y lo insultaban de otras muchas maneras. Cuando se hizo de
día, se reunieron los senadores del pueblo, así como los sumos sacerdotes y
letrados, y, haciendo comparecer a Jesús ante su Consejo, le dijeron: - Si tú
eres el Mesías, dínoslo. Él les contestó: - Si os lo digo, no lo vais a creer,
y, si os hago preguntas, no me vais a contestar. Pero de ahora en adelante el
Hijo del hombre estará sentado a la derecha de la Potencia de Dios (Sal 110,1).
Dijeron todos: - Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? Él les declaró: - Vosotros
lo estáis diciendo, yo soy. Ellos dijeron: - ¿Qué necesidad tenemos ya de
testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca. Se levantó toda la
asamblea y condujeron a Jesús a presencia de Pilato. Empezaron la acusación
diciendo: - Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación,
impidiendo que se paguen impuestos al César y afirmando que él es Mesías y rey.
Pilato lo interrogó: - ¿Tú eres el rey de los judíos? Él le contestó
declarando: - Tú lo estás diciendo. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a las
multitudes: - No encuentro ningún delito en este hombre. Ellos insistían: -
Solivianta al pueblo enseñando por todo el país judío; empezó en Galilea y ha
llegado hasta aquí. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; al enterarse de
que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo remitió a Herodes, que
estaba también en la ciudad de Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a
Jesús, se puso muy contento; hacía tiempo que estaba deseando verlo por lo que
oía de él, y esperaba verlo realizar algún milagro. Le hizo numerosas
preguntas, pero Jesús no le contestó palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes
y los letrados acusándolo con vehemencia. Herodes, con su escolta, lo trató con
desprecio; para burlarse de él, le hizo poner un ropaje espléndido y se lo
remitió a Pilato. Aquel día se hicieron amigos Herodes y Pilato, que antes
estaban enemistados. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al
pueblo, y les dijo: - Me habéis traído a este hombre como si fuera un agitador
del pueblo; pues bien, yo lo he interrogado delante de vosotros y no he
encontrado en él ninguno de los delitos de que lo acusáis. Herodes tampoco,
porque nos lo ha devuelto. Ya veis que no ha hecho nada que merezca la muerte,
así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Pero ellos gritaron todos a una: - ¡Quita de en medio a ése y suéltanos
a Barrabás! (A este último lo habían metido en la cárcel por cierta sedición
acaecida en la ciudad y por asesinato). Pilato volvió a dirigirles la palabra
con intención de soltar a Jesús. Pero ellos vociferaban: - ¡Crucifícalo,
crucifícalo! Él les dijo por tercera vez: - Y ¿qué ha hecho éste de malo? No he
encontrado en él ningún delito que merezca la muerte, así que le daré un
escarmiento y lo soltaré. Ellos insistían a grandes voces en que lo
crucificara, y las voces iban arreciando. Pilato decidió que se hiciera lo que
pedían: soltó al que reclamaban (al que habían metido en la cárcel por sedición
y asesinato) y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo conducían,
echaron mano de un tal Simón de Cirene, que llegaba del campo, y le cargaron la
cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía una gran muchedumbre del
pueblo, incluidas mujeres que se golpeaban el pecho y gritaban lamentándose por
él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: - Hijas de Jerusalén, no lloréis
por mí, llorad mejor por vosotras y por vuestros hijos; porque mirad que van a
llegar días en que digan: "Dichosas las estériles, los vientres que no han
parido y los pechos que no han criado". Entonces se pondrán a decir a los
montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas:
"Sepultadnos" (Os 10,8); porque si con el leño verde hacen esto, con
el seco, ¿qué irá a pasar? Conducían también a otros, a dos malhechores, para
ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera",
lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su
izquierda. Jesús decía: - Padre, perdónalos, que no saben lo que están
haciendo. Se repartieron su ropa echando suertes (Sal 22,19). El pueblo se
había quedado observando. Los jefes, a su vez, comentaban con sorna: - A otros
ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido. También los
soldados se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre diciendo: - Si
tú eres el rey de los judíos, sálvate. Además, tenía puesto un letrero: ÉSTE ES EL
REY DE LOS JUDÍOS Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba. - ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros.
Pero el otro se lo reprochó: - Y tú, sufriendo la misma pena, ¿no tienes
siquiera temor de Dios? Además, para nosotros es justa, nos dan nuestro
merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo. Y añadió: - Jesús, acuérdate
de mí cuando vengas como rey. Jesús le
respondió: - Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Era ya eso de
mediodía, cuando la tierra entera quedó en tinieblas hasta media tarde, porque
se eclipsó el sol; y la cortina del santuario se rasgó por medio. Jesús clamó
con voz muy fuerte: - Padre, en tus manos pongo mi espíritu. Y, dicho esto,
expiró. Viendo lo que había ocurrido, el centurión alababa a Dios diciendo: -
Realmente este hombre era justo. Todas las multitudes que se habían reunido
para este espectáculo, viendo lo que había ocurrido, fueron regresando a la ciudad,
dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se habían quedado a distancia, y
también las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea y que estaban viendo
aquello. Había un miembro del Consejo, de nombre José, hombre bueno y justo,
que no se había adherido ni al designio ni a la acción de los demás. Era
natural de Arimatea, ciudad judía, y aguardaba el reinado de Dios. Éste acudió
a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Lo descolgó, lo envolvió en una sábana
y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie
todavía. Era día de Preparación y rayaba el día de precepto. Las mujeres que habían llegado con Jesús
desde Galilea habían acompañado a José para ver el sepulcro y cómo colocaba su
cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos.
¿QUÉ
HACE DIOS EN UNA CRUZ?
Según
el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina
del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres
Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su
respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de
Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las
preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por
los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en
una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan
absurda de Dios?
Un
«Dios crucificado» constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a
cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente
conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones
atribuyen al Ser Supremo.
El
«Dios crucificado» no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz,
ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que
sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz,
o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y
sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de
manera increíble.
Ante
el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien
que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le
salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de
nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de
nuestro mundo.
Este
«Dios crucificado» no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente
al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando
hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la
injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos
acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.
Los
cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el «Dios
crucificado». Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz
del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin
embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar
nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el «Dios crucificado» y se
abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado
nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven
sufriendo.
José Antonio Pagola
martes, 15 de marzo de 2016
domingo, 13 de marzo de 2016
Vivir el 5º domingo de Cuaresma, ciclo C
JUAN 8, 1-11
Jesús se fue al Monte
de los Olivos. Al alba se presentó de nuevo en el templo y acudió a él el
pueblo en masa; él se sentó y se puso a enseñarles. Los letrados y los fariseos
le llevaron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le
dijeron: - Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio; en la Ley nos mandó Moisés apedrear
a esta clase de mujeres; ahora bien, ¿tú qué dices? Esto se lo decían con mala
idea, para poder acusarlo. Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en
el suelo. Como persistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: - Aquel de
vosotros que no tenga pecado, sea el primero en tirarle una piedra. Él,
inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír aquello, se
fueron saliendo uno a uno, empezando por los ancianos, y lo dejaron solo con la
mujer, que seguía allí en medio. Se incorporó Jesús y le preguntó: - Mujer,
¿dónde están?, ¿ninguno te ha condenado? Respondió ella: - Ninguno, Señor. Jesús
le dijo: - Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no vuelvas a pecar.
REVOLUCIÓN
IGNORADA
Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio.
Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido
por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad
machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es
frontal:«La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».
Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la
prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez
y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en
el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera
piedra».
Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son
los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad.
Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con
ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a
que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en
adelante no peques más».
Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien
que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien
libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su
defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras
reivindicaciones y condenas resentidas.
Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer
todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a
la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada
mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las
injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida.
Algún teólogo hablaba hace unos años de «la revolución ignorada» por el
cristianismo.
Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de
raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con
frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación,
el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen
una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.
¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y
concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor
de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de
toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y
protección eficaz?
José Antonio Pagola
miércoles, 9 de marzo de 2016
domingo, 6 de marzo de 2016
Vivir el 4º domingo de Cuaresma, ciclo C
LUCAS 15, 1-32
Todos los recaudadores y descreídos se
le iban acercando para escucharlo; por eso tanto los fariseos como los letrados
lo criticaban diciendo: - Éste acoge a los descreídos y come con ellos. Entonces
les propuso Jesús esta parábola: - Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le
pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la
descarriada hasta que la encuentra? Y
cuando la encuentra, se la carga a hombros, muy contento; al llegar a casa,
reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: -¡Dadme la enhorabuena! He
encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que lo mismo dará más
alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que
no sienten necesidad de enmendarse. Y si una mujer tiene diez monedas de plata
y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado
hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para
decirles: -¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había
perdido. Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo
pecador que se enmienda. Y añadió: - Un hombre tenía dos hijos. El menor le
dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la fortuna que me toca. El padre les
repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo,
emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido.
Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y
empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y buscó amparo en uno de los
ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de
las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de
sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. Voy a volver a casa de mi padre y
le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no
merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".
Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo
vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió
de besos. El hijo empezó: - Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya
no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: - Sacad en
seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en
los pies; traed el ternero cebado,
matadlo y celebremos un banquete, porque
este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha
encontrado. Y empezaron el banquete. El hijo mayor estaba en el campo. A la
vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y la danza; llamó a uno de los mozos
y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: - Ha vuelto tu hermano, y tu padre
ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y salvo.
Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo, pero
él replicó a su padre: - A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca
un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos;
en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas
mujeres, matas para él el ternero cebado. El padre le respondió: - Hijo, ¡si tú
estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Además, había que hacer fiesta y alegrarse,
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se
le ha encontrado.
EL OTRO HIJO
Sin
duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada
«parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre
la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida
increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin
embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece
junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del
hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al
hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce
alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la
fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño
entre los suyos.
El
padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No
le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que
entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al
descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes
del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus
derechos y denigrar a su hermano.
Esta
es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha
estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende
el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere
saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra
curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos
en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de
creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios
bendecidos por la Iglesia
y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando
a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los
buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El
«hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué
estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia ? ¿Asegurar nuestra
supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser
testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos
construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes
buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos
puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?
José Antonio Pagola
sábado, 5 de marzo de 2016
viernes, 4 de marzo de 2016
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